Las falacias: trampas invisibles del discurso

Las falacias: trampas invisibles del discurso

En la vida diaria, todos argumentamos: en la mesa familiar, en la oficina, en un chat de WhatsApp. Pero no todos los argumentos son sólidos. Muchas veces caemos en falacias: razonamientos que parecen válidos, pero que esconden un error lógico o retórico. Detectarlas es casi un superpoder, porque nos ayuda a pensar mejor y a no dejarnos llevar por discursos vacíos.

Las falacias tienen una historia prácticamente tan larga como nuestra existencia. Es por eso que los nombres de algunas de ellas están en latín y otros, en inglés.

Para empezar, Aristóteles ya había identificado 13 en Refutaciones sofísticas. Los escolásticos medievales las desarrollaron más, por eso muchas llevan nombres en latín: ad hominem, ad populum, ad ignorantiam, ad verecundiam. Pero en algunos manuales anglosajones de los siglos XIX y XX se sumaron nuevas categorías y metáforas, de ahí los nombres en inglés: slippery slope, hasty generalization, false dilemma o Texas sharpshooter.

En castellano usamos un mix: a veces mantenemos el latín, otras traducimos del inglés (ej. “pendiente resbaladiza”), y a veces circulanlas las dos formas. En resumen: los nombres en latín son los clásicos heredados de la filosofía; los nombres en inglés vienen de la tradición lógica moderna y de la divulgación académica anglo.


10 falacias que vas a reconocer enseguida

La verdad es que no existe un número fijo de falacias: depende de la época, de la tradición filosófica y de la intención con la que se las clasifique.

Aristóteles, en su célebre Refutaciones sofísticas, identificó trece. Más tarde, la lógica medieval expandió la lista y llegó a contabilizar entre veinte y veinticinco. Con la modernidad y la enseñanza de la lógica informal, los manuales empezaron a hablar de treinta o cuarenta falacias “clásicas”. Y en la actualidad, algunos autores contemporáneos ya enumeran más de sesenta, sumando variaciones y matices a las categorías tradicionales.

Lo importante, sin embargo, no es la cifra exacta sino el aprendizaje que dejan. En la práctica cotidiana, la mayoría de nosotros nos cruzamos con un puñado de falacias recurrentes: aquellas que escuchamos en debates políticos, en publicidades llamativas o en discusiones familiares. Por eso, cuando se trata de divulgación, conviene enfocarse en esas más comunes, las que realmente moldean la manera en que entendemos —o malentendemos— el mundo.


1. Ad Hominem

“No le creas, ni siquiera terminó la secundaria”.

Esta falacia debilita el diálogo porque lo convierte en un combate de egos.
En lugar de discutir ideas, se desplaza la atención hacia características personales irrelevantes. Por eso suele ser la más común en debates políticos y en redes sociales. Pero lo que importa es el argumento, no la biografía.


2. Argumentum ad Verecundiam

“Lo dijo un influencer, debe ser cierto”.

La autoridad suma, pero no reemplaza la evidencia. Incluso las grandes voces pueden equivocarse: la verdad no es un título. La fuerza de un argumento debería estar en los datos y la lógica, no en la fama del portavoz. Esta falacia se apoya en la credibilidad prestada, la apelación a la autoridad y no en la solidez de la prueba.


3. Argumentum ad Populum

“Todo el mundo sabe que la pizza fría es más rica”.

Que algo sea popular no significa que sea verdadero. Esta falacia se sostiene en la presión social y el deseo de pertenencia, apela a la mayoría. Se confunde consenso con verdad, como si la cantidad de voces sustituyera a la lógica. Sin embargo, la popularidad es una ola fuerte pero pasajera.


4. Post Hoc Ergo Propter Hoc

“Cada vez que llevo paraguas no llueve. Mi paraguas aleja la lluvia”.

El orden de los hechos no prueba que uno cause al otro. Esta falacia convierte la coincidencia en un espejismo de certeza con una falsa causa. Es muy frecuente en supersticiones y titulares simplistas. Nos hace pensar que el mundo tiene explicaciones directas cuando, en realidad, los fenómenos suelen ser más complejos.


5. Hasty Generalization

“Me crucé con dos malos taxistas. Todos los taxistas son iguales”.

La muestra no alcanza para concluir sobre el todo. El sesgo surge cuando elevamos experiencias aisladas a reglas generales en una generalización apresurada. Es una forma de reducir el mundo a categorías fáciles pero engañosas. Pero un mal ejemplo no define la totalidad de una realidad.


6. False Dilemma

“O estás conmigo, o estás contra mí”.

El mundo rara vez es tan binario. Esta falacia empobrece la mirada y encierra el pensamiento en un callejón sin salida, lo que provoca una bifurcación. Su peligro radica en que elimina los matices y obliga a elegir bandos. Ahí donde hay diversidad, la falacia impone una lógica rígida y falsa.


7. Appeal to Emotion

“Si no comprás este seguro, ¿qué va a pasar con tu familia?”.

La emoción influye, pero no prueba nada. Se trata de un atajo retórico que busca persuadir apelando a lo visceral. Funciona en algunos casos pero no resiste un análisis lógico. Las emociones son poderosas aliadas, pero pésimas pruebas.


8. Slippery Slope

“Si dejamos que se pinte un mural en la plaza, pronto todo el barrio será vandalismo”.

Exagera las consecuencias como si fueran inevitables. Esta falacia dramatiza escenarios y construye alarmas sin fundamento. Alimenta miedos colectivos y paraliza la discusión racional. En otras palabras, una pendiente resbaladiza o el arte de convertir una piedra en una avalancha.


9. Texas Sharpshooter

“Mi método es infalible: mirá estos tres casos de éxito”.

Es manipulación por omisión, un sesgo deliberado. Es el modo más gráfico de distorsionar la realidad: se construye un relato a medida ocultando lo que no encaja o mejor dicho, una verdad parcial. Esta falacia muestra que se disparó 10 veces pero pinta solo un disparo.


10. Argumentum ad Ignorantiam

“Nadie probó que los ovnis no existen, así que deben ser reales”.

La falta de prueba no es prueba de nada. Este razonamiento llena los vacíos con suposiciones. Apela a la ignorancia. De este modo, lo incierto se transforma en certeza a la fuerza y refuerza la ilusión en lugar de buscar evidencias. ¡Pero la ignorancia nunca es evidencia!

Las falacias no son un invento moderno ni una rareza académica: están en la raíz de nuestra comunicación diaria. Aparecen en los discursos políticos, en la publicidad, en los debates televisivos y hasta en las charlas de sobremesa. Reconocerlas no significa desconfiar de todo, sino ejercitar un pensamiento crítico que nos permita separar lo sólido de lo aparente.

La retórica, bien usada, es un arte que conecta y persuade. Pero cuando se apoya en falacias, corre el riesgo de manipular en lugar de inspirar. Allí se vuelve evidente la frontera entre la comunicación honesta y el ruido vacío. Los clásicos ya lo sabían: el lenguaje tiene poder, y ese poder puede iluminar o engañar.

En Work Buenos Aires creemos que la claridad es siempre más fuerte que la trampa. Una marca que construye desde la transparencia logra confianza duradera, mientras que la que apela a recursos falaces genera apenas un impacto momentáneo. La diferencia está en la profundidad del vínculo: ¿querés convencer rápido o conectar de verdad?

Por eso trabajamos para darle a cada proyecto una narrativa que no solo suene bien, sino que también resista el análisis. Porque al final, la comunicación que perdura es la que nace de la autenticidad y se sostiene en el tiempo.

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